Buen principio de año

Lo es para la clase obrera de Palma que de hoy en adelante contará con un nuevo organismo para la defensa y mejoramiento de sus intereses materiales.

En esta ciudad hacía falta una cooperativa de consumo verdaderamente obrera para hacer frente a las demasías de los comerciantes que, llevados de su insaciable codicia, nos hacen consumir los artículos de primera necesidad adulterados, faltos de peso muchas veces y siempre a un precio exuberante.

Comprendiéndolo así varios compañeros de la Federación y de la Agrupación Socialista, desde hace más de un año vienen trabajando activamente para la formación de tan importante organismo, y han sido tan fructíferos sus trabajos y tan bien han acogido sus iniciativas, que ya es un hecho la constitución de tan útil colectividad, entre cuyos asociados, que ascienden a un centenar, existe tal entusiasmo y efervescencia que hacen presagiar los amplios y fecundos beneficios que la cooperativa dará de sí.

Para inaugurar su apertura, hoy día 1º del año 1910 dichos compañeros se reunirán en modesto y fraternal banquete, al que asistirán representaciones de las cooperativas de Manacor, Lluchmayor y Marratxí, acto que promete ser brillante tanto por su significación y el número de comensales que por la provechosa labor que en él harán explicándose y propagando los principios y finalidades del cooperativismo.

Sobre tan interesante asunto prometemos ocuparnos con detención a medida que dispongamos de tiempo.

Sin embargo, nos parece oportuno y de mucha utilidad dar a conocer hoy el criterio que merece el cooperativismo a Sebastián Faure, gran autoridad en la materia y de una sinceridad indiscutible, como lo prueban sus mismas declaraciones que a continuación publicamos.

Saludar al año nuevo con la formación de una cooperativa ya es un saludo muy simpático y vivificante. Si somos tan corteses (y debemos serlo) con los demás años sucesivos fundando cada día 1º de enero un baluarte de defensa obrera, pronto podremos reírnos de la potencia de los burgueses.

Fuera desmayos, pues, y manos todos a la obra.

“Voy a comunicaros mi pensamiento sobre el movimiento cooperativo, en pago de una deuda que tengo con ese movimiento contraída, ya que, equivocadamente, un día lo combatí, bien que con la misma sinceridad con que hoy lo defiendo. Hombre que busco la verdad, libre de todo prejuicio y todo propósito que no se la verdad misma, no ha de avergonzarse, antes debe enaltecerme el que confiese el error en vez de persistir en el mismo, sacrificando mi modesta cooperación a la obra redentora del progreso humano a una vanidad que no podría perdonarse. He aquí por qué agradezco la ocasión que me depara de reparar los efectos de aquel error, que me ha hecho enmendar la observación al contemplar esa transformación, con frecuencia profunda, que la cooperación viene operando en la sociedad en que vivimos.

Al ocuparnos en la cooperación no hallamos en frente de dos opiniones diametralmente opuestas; y no porque sean solamente dos las opiniones que acerca de la cooperación se disputen el juicio –pues hay toda una gama de opiniones, desde el blanco más puro al rojo más vivo-, sino por que las obras son intermedias, que como los colores del iris, van formando matices, cada uno de los cuales participan más o menos de los de sus vecinos. Por eso hablaré sólo de las opiniones extremas, esto es, de las que sostienen los adversarios irreductibles de la cooperación y de la que propagan los que son acaso demasiado exclusivistas de la misma. Ni forma entre los primeros ni pertenezco a los segundos. La ciencia, la verdad, no está aquí ni allá: está en todas partes, como la luz, que lo inunda todo y los mismo baña las cimas de los montes que el fondo de los valles. No hallará la verdad quien sólo en un rincón de la vida universal la busque.

Los adversarios rabiosos de la cooperación pueden dividirse en dos grupos: el de los tenderos y el de algunos trabajadores. Cuanto al primer grupo, esto es, el de los tenderos, hemos de reconocer que sabe perfectamente lo que se hace al combatir la cooperación con la hostilidad con que se contempla todo rival temible; saben que la cooperación va minando sus intereses; con la cooperación la tierra va desapareciendo bajo sus pies, que van quedando al aire. Es, pues, natural que la combatan. Verdad es que esa es una consideración mezquina en su origen; pero, al fin y al cabo, propia del mundo de la competencia, que habremos de sufrir, mientras no lo hayamos destruido sustituyéndolo por el de la solidaridad, valiéndonos en gran parte de la cooperación misma cuya acción eminentemente social señalaré después: por lo tanto, dejemos ya ese grupo y pasemos a ocuparnos del otro, del constituído por elementos obreros.

Hay, en efecto, ciertos obreros, ciertos proletarios; hasta ciertos libertarios, que engañados por apariencia que no aciertan a penetrar, no alcanzan a entrever los resultados inmensos que pueden obtenerse por medio de la cooperación. Hablemos de esos elementos.

¿Por qué combaten esos elementos la cooperación? Desde luego porque sostienen que el obrero, al mejorar su condición deja de ser revolucionario. Creen que la miseria es un factor de revoluciones. También yo lo había creído así; pero luego la observación y la Historia se han encargado de hacerme volver de mi error enseñándome que no son, ciertamente, los miserables los que realizan las grandes transformaciones. No hay duda que en un momento dado, la extrema miseria puede conducir a un momento de desesperación; pero no será ella la que realce la obra de transformación que ha de acometerse al siguiente día. La miseria puede llevar a cabo en un momento un acto de exasperación; pero carece de las condiciones necesarias para desenvolver la revolución por aquel acto iniciada.

Subamos a una buhardilla de la que se haya la miseria enseñoreado. Apenas hay muebles; una madre amamanta a un hijo con unos pechos que no tienen leche extenuados, tiritando de frío hállanse acurrucados y encogidos un pobre obrero sin trabajo, sus hijos y un viejo imposibilitado, padre de aquél. Todos aquellos seres están prontos a caer de rodillas para implorar de poderes sobrenaturales lo que la Naturaleza les niega; no están dispuestos a alzar los puños, sino a levantar las manos; no a erguirse contra el régimen social de que son víctimas, sino a postrarse de hinojos y balbucear una plegaria. No los insultemos; respetamos ante su actitud, que ¡quien sabe si también seria la nuestra, colocados que nos viéramos en las mismas condiciones! No los condenemos: pero reconozcamos que no son esos seres aquellos de quienes debamos esperar un movimiento libertador. En Francia decimos que comiendo viene el apetito. Démosles a los obreros comodidades, aguas puras, aire sano, buena alimentación, y, a medida que estén mejor, serán más exigentes, porque las comodidades sólo se estiman cuando se conocen. En la miseria no se cae de golpe y porrazo, sino poco a poco, y cuando se llega al fondo, ya se han perdido las fuerzas.

Tal es el primer argumento que contra la cooperación se invoca y hemos visto la fuerza que contiene. Pasemos al segundo.

Adúcese también como argumento contra la cooperación el que, aun siendo buena, adolece del defecto de hacer bajar el salario, puesto que si el obrero halla en la SOCIEDAD COOPERATIVA una compensación, un suplemento de salario, el patrono, a fin de año, lo echará de ver y rebajará el jornal de sus obreros. Veamos el valor de ese segundo argumento.

La célebre ley de LaSalle, conocida con el nombre de ley de bronce, es esta: El salario del obrero no excederá de lo estrictamente necesario para vivir y reproducirse, y esa ley parece ser confirmada por todas las observaciones. ¿Acaso el patrono dará seis francos al obrero si puede obtenerlo por cinco? El interés del obrero y del patrono son contrarios, opuestos, antagónicos, y casi siempre vence el patrono en las luchas entre el capital y el trabajo, puesto que el patrono cuenta con capital para esperar y está mejor organizado para la lucha, mientras que el obrero carece de ambas ventajas. Yo niego el argumento, porque, una de dos: o la Cooperativa será fuerte o no lo será.

Si la Cooperativa es débil, si cuenta con poco asociados no podrá determinar una depresión en los salarios; y si es fuerte, si sus asociados son numerosos, es verdad que podrá proponerse reducir el salario, partiendo de la base de que así como para mantener un caballo no le da mayor ración de la que necesita, ni para conservar una máquina la engrasa más de lo que es menester, así tampoco deber dar al obrero más de lo indispensable para vivir y reproducirse; pero si al mismo tiempo el obrero ha sido inteligente y previsor y al hacerse cooperador ser ha también sindicado, se defenderá contra la baja por medio del Sindicato, de la propia suerte que se hará fuerte en el Sindicato por medio de la Cooperativa. Cae, pues, por su propia base el argumento.

Argúyese también, como tercer argumento, que la cooperación estimula la codicia de los cooperadores, puesto que éstos no piensan más que en las bonificaciones en los llamados beneficios. Este reproche es, sin embargo, más aparente que real, pues la codicia no puede ciertamente depender de enastas modestas economías. No creo que un cooperador pueda con ellas dejar de ser obrero para pasar a ser capitalista i propietario. Si quiere ser propietario o capitalista no se hará cooperador, colocará sus economías en cosa más lucrativa: en la Bolsa, en los negocios, etc. La Cooperativa, por lo contrario, estimula la propiedad comunista; los cooperadores se hacen los coparticipes de algo que pertenece a todos, lejos de crear algo que constituye el privilegio de algunos. En el comunismo nadie podrá decir “esto es mío”, sino “esto nos pertenece a todos”. En la Cooperativa se aprende a vivir entre cosas comunes, se vive de ellas. Por ella se crea un capital común, representando por las fincas que se adquieren y por las mercancías que se acumulan. Es la suya la forma más comunista de la propiedad.

EL OBRERO BALEAR

Núm. 408, 1 de enero de 1910

 

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